Para terminar con el Día del Libro, tal y como anuncié en días pasados, voy a publicar un pequeño relato que escribí hace unos meses. ¿De qué va el relato? Pues es muy sencillo... Trata de como surge la dedicatoria de un libro, esas cuantas líneas que son de lo primero que leemos cuando comenzamos a pasar las páginas...
Espero que os guste...
Buenas Noches y hasta mañana...!!!
Un abrazo...
“Historia de una Dedicatoria”
¿Habéis amado de verdad alguna
vez? ¿Amado de verdad a una persona? ¿Tanto como para hacer cualquier cosa? Yo
diría que sí, hasta la persona más extraña ha tenido que amar de verdad en
algún momento de su vida.
Os voy a contar una pequeña
historia sobre el amor, sobre la amistad, sobre la vida. Leedla despacio, sin
prisa, deteniéndoos cuántas veces sea necesario. Pensad, recordad, sentid…
Dejad que vuestro corazón viva esta historia como si fuese vuestra…
Hay personas que vienen a este
mundo para cambiarlo, y si no es para cambiarlo por completo, al menos cambian
todo aquello que las rodea. Una de esas personas se llama Ana. ¿Cómo reconocer
a estas personas? Es muy sencillo. La primera vez que tienes contacto con ellas
algo cambia en tu ser, en tu alma, en tu corazón, pero no sabrías decir a qué
es debido.
Ana se cruzó en su vida cuando
eran muy jóvenes, y pese a la diferencia de edad, – cuatro años – encajaron muy
bien la una con el otro y viceversa… Tal vez fuera porque él parecía dos años
menor de lo que era, y Ana parecía dos años mayor de lo que era. La madurez que
demostraba la chica no era propia de las adolescentes de su edad, y sin embargo
bastaba unos segundos de conversación para percatarse de que era muy inteligente,
muy decidida, y ante todo, bondad sin reparos. El chico tardó un par de minutos
en darse cuenta de que aquella muchacha de cabellos rubios, ondulados como las
dunas de Cabo de Gata, de ojos pequeños y color miel, de cuerpo grácil y
hermoso, y de sonrisa permanente… era la mujer perfecta… Tal vez no para él,
pero sí perfecta.
En Ana encontró el complemento
perfecto para su ser, su alma gemela, la pieza que faltaba en su ser. Su
confidente fiel, su hombro para llorar, su risa para compartir, sus sueños por
contar. Ella le enseñó a ser fiel, le mostró las satisfacciones que daba el
hacer el bien, el ser positivo, en ayudar sin esperar nada a cambio. Ana dio
valor a las palabras “humildad”, “sinceridad”, “optimismo”, “felicidad”…
– ¿Cuál es tu sueño? – le preguntó Ana una vez –
– Me gustaría ser feliz siempre – le contestó terminando la
frase con una sonora carcajada –
– ¿Y qué necesitas para conseguirlo?
– No lo sé.
– Escúchame. Ahora no pienses, cierra los ojos, olvídate de
todo, no pienses en nada. Deja que tu alma te susurre… ¿Qué te gustaría hacer
de verdad? ¿Qué sueño te gustaría ver cumplido alguna vez?
– Me gustaría ser escritor. Vivir de lo que mis dedos sean
capaces de escribir en una hoja. Escribir tantos libros como me sea posible
antes de morirme. – Se sorprendió de su propia respuesta, no esperaba decir
algo así –
– ¿No dijiste que sólo era un hobby…?
– Y así es. No me hagas caso. Ya sabes que sólo escribo
tonterías.
– Es verdad, pero te vuelvo a repetir lo que te he dicho más
de una vez… Poeta más malo no he visto… pero que escriba tan bonito tampoco…
– Muy graciosa, sí, muy graciosa… – le contestaba mientras
la miraba fijamente. En realidad, para ser feliz tan sólo la necesitaba a ella
en su vida –
– Hagamos una cosa. Escribirás un libro. Y me lo dedicarás a
mí. Y si te gusta, seguirás escribiendo hasta que seas un viejecito gruñón e
insoportable. ¿Vale?
– No digas más tonterías, anda. – Reía la ocurrencia de Ana,
al menos hasta que la miró de nuevo y la vio con gesto serio–
– Lo digo en serio. Y quiero que me des tu palabra.
– Déjate de chorradas… No tengo tiempo para ponerme a
escribir libros.
– No te he dicho que lo hagas ya, tienes todo el tiempo que
necesites. ¿Prometido?
La miró fijamente. El ceño fruncido y sus morritos de pez
cumplieron su cometido y arrancaron una sonrisa del chico. Una sonrisa y algo
más.
– Vale. Te doy mi palabra.
No dijeron más, se tumbaron en la hierba y se quedaron
sonriendo y mirando al cielo.
Dos
capítulos llevaba escritos en el último mes. Por unas razones u otras cada vez
se veían menos. Ana estaba concentrada en sus estudios, estaba a unos cuantos
meses de hacer la selectividad y entrar en la universidad. Él compaginaba la
carrera con el trabajo en el pub. Los horarios no les permitían verse apenas.
Hasta el cuatro de Abril. Ella insistió en que necesitaba
verle para contarle una cosa. Él se saltó la clase de Geografía. Quedaron en el
parque. Él la vio diferente, algo cambiada, como más apagada, pero su enorme
sonrisa seguía siendo la misma.
– Te noto como algo cansada… ¿Qué es eso que tenías que contarme?
– No es sólo cansada. Estoy enferma, Fran.
– Ya te he dicho muchas veces que no es bueno estudiar
tanto, hay que tomar aire fresco de vez en cuando.
– Me han diagnosticado una leucemia…
El corazón del chico se encogió como si una mano invisible
lo apretujase hasta casi hacerlo detener. Y sin embargo, la miraba y su sonrisa
lo desconcertaba.
– No te preocupes, seguro que te curas, hoy en día la
medicina está muy adelantada. – No quería parecer preocupado, pero estaba
convencido de no conseguirlo –
– Esta vez no puedo ganar…
– No digas eso. No quiero que digas eso… No…
– Tengo que decírtelo, Fran. No sé el tiempo que me queda,
pero no pudo ganar esta batalla.
– ¡No me digas eso, Ana! Quimio, radioterapia, medicinas,…
¡Hay muchas cosas para luchar!
– Esta vez no. El tipo de leucemia que tengo es el más
agresivo. La quimio sólo retrasaría lo inevitable, las medicinas son paliativas
y el trasplante es muy complicado porque soy hija única…
– No…
– No voy a optar por la quimio, lo que tenga que vivir lo
viviré lo más normal que pueda…
– ¿Te rindes? ¿No piensas luchar?
– Pienso vivir lo mejor que pueda el tiempo que pueda…
– Ana… por favor…
– Sólo apóyame… No te pido más… Sigue a mi lado como siempre…
Nada más…
El chico agachó la cabeza, no dijo nada, solamente asintió
con la cabeza.
Dieciséis
de Junio. El verano ya está cerca, los días comienzan a ser calurosos, pero aún
refresca por las noches. Son casi la una de la madrugada, los chicos bajan
lentamente por la estrecha vereda, ayudados por una pequeña linterna. A él le
preocupa más el regreso, la cuesta se hará larga y difícil, y Ana está muy
débil esa noche. Esa noche y todas las noches, y casi todos los días ya. La
vereda termina en un gran anchurón. Apaga la linterna, ya no hace falta, el
tramo complicado se ha terminado y a partir de ahí la luz de la luna es
suficiente. A medida que van caminando hacia su destino, parece verse más, es
como si del cielo hubieran borrado las nubes dejando sólo las estrellas. El
agua del mar refleja la luna y sus compañeras como si de un espejo gigante se
tratase. La Playa de los Muertos es impresionante de madrugada…
– ¿Estás segura?
– Nunca he estado tan segura de algo en toda mi vida…
Los chicos se quitaron la ropa y entraron lentamente en el
agua. Estaba fría, muy fría aún, pero siguieron mar adentro hasta que ya no
hicieron pie. No era difícil mantenerse a flote, con movimientos suaves de
brazos y piernas era suficiente.
Estaban frente a frente, sintiendo el frio agua que envolvía
sus cuerpos, y sonreían. En aquel momento no existía nada más en el mundo, sólo
el silencio de la noche, el suave rumor del agua acariciando sus cuerpos, la
tristeza de las olas al romperse en la orilla, y la respiración de sus cuerpos.
Ana se acercó al chico y lo abrazó. Él notó que estaba
exhausta, el cansancio se hacía evidente. Iba a decirle de salir, pero Ana se
adelantó a sus palabras.
– Gracias por cumplir este sueño antes de no poder hacerlo…
– Preferiría no tener que haberlo hecho…
Diecinueve
de Agosto. Entró en la habitación apresurado pero sin hacer ruido. Era la 409.
Allí estaba ella, levemente recostada en la cama. Observó que ya no tenía
ninguna vía intravenosa, ni la botella de suero. Ni tan siquiera tenía la
máquina que le había estado administrando las dosis de morfina a medida que las
iba necesitando.
Estaba claro. No había vuelta atrás. El momento del final
estaba cerca, muy cerca. Y él no pudo hacer nada, ni su desesperado intento de
conseguir un milagro en forma de trasplante había funcionado. De nada sirvió su
donación.
Se acercó lentamente a la cama.
Ana parecía dormida. Permanecía con los ojos cerrados y su respiración era tan
débil que apenas se hacía oír entre tanto silencio.
Tomó la silla y la acercó a la cama. Se sentó lenta y
apesadumbradamente, y en ese instante Ana abrió los ojos y lo miró sonriendo
forzadamente.
– Te estaba esperando –dijo–
– Perdona, he salido tarde del pub y me he entretenido un
poco en casa” –le contestó él– ¿Cómo te encuentras?
– Dios... Cómo
te voy a echar de menos... – dijo Ana con su voz melosa mientras lo miraba
fijamente y esbozaba a la vez una pícara sonrisa. Él la miraba de forma casi
perdida, le costaba un mundo mantenerle la mirada pero lo conseguía a duras
penas. Lo que no pudo reprimir fue que sus ojos se fuesen llenando lentamente
de lágrimas, hasta que se desbordaron y una de esas lágrimas comenzó a
resbalarle por la mejilla.
Hubiese caído hasta abajo si la mano de Ana no se hubiese interpuesto en su descenso. Y entonces él se rindió, capituló y bajó la mirada, diciéndose para sus adentros «Yo sí que te voy a echar de menos». Hizo ademán de mover su boca para decir unas palabras, pero Ana puso su dedo índice en sus labios y lo detuvo.
Hubiese caído hasta abajo si la mano de Ana no se hubiese interpuesto en su descenso. Y entonces él se rindió, capituló y bajó la mirada, diciéndose para sus adentros «Yo sí que te voy a echar de menos». Hizo ademán de mover su boca para decir unas palabras, pero Ana puso su dedo índice en sus labios y lo detuvo.
– No digas nada, ya
sé lo que vas a decirme, así que no digas nada.
Y se quedaron en silencio. Ana lo miraba atentamente, y sonreía como si quisiera con ello contagiarle de buenas vibraciones; pero éste tan sólo permanecía con la cabeza agachada, con la vista fija en las patas de la silla y en sus zapatos. No sabía o no quería decir nada.
Y se quedaron en silencio. Ana lo miraba atentamente, y sonreía como si quisiera con ello contagiarle de buenas vibraciones; pero éste tan sólo permanecía con la cabeza agachada, con la vista fija en las patas de la silla y en sus zapatos. No sabía o no quería decir nada.
– No me ha dado
tiempo a escribir tu novela – dijo al final –
– Tienes toda una
vida para cumplir tu promesa… – le dijo Ana muy bajito, como si ya no tuviera
fuerzas para sacar el aire de sus pulmones –
La
que se iba era ella, pero parecía que fuese al contrario. Hacía
comentarios que sólo dicen los que se quedan. Los que se van para no
volver no dicen esas cosas, únicamente
se van y no vuelven.
En cambio, para Ana
era como si nos fuésemos todos y nos deseaba un feliz viaje. Ella era así. Así,
sin más.
Su punto de vista con
frecuencia enfadaba al muchacho. No podía entenderlo, si le pasara a él seguro
que no lo llevaría de la misma forma.
No iba a decir nada, se quedaría
callado. Total, no sabía ni qué decir, no sabía ni cómo actuar, todo esto le
sobrepasaba, no se lo podía creer, esto no estaba pasando. Miraba a Ana fijamente,
y parecía que ella no se daba cuenta.
Si ella supiera que
su vida ya no tendría sentido sin ella, que no tenía ninguna voluntad de seguir
viviendo, que prefería irse con ella a quedarse en este mundo para vivir una
vida vacia… Era mejor que no lo supiera…
Comenzó a sonar una
canción en algún lugar… No sabía qué canción era, no lo sabría hasta días
después. Hallelujah…
Ana abrió los ojos un
poco y lo miró. La tristeza lo estaba consumiendo a pasos forzados.
– Fran…
– Dime, Ana.
– Necesito otra
promesa tuya… La última…
– No quiero más
promesas… No me hagas esto…
– Siempre cumples tus
promesas… Sólo una más…
– Dime…
– Prométeme… que
seguirás viviendo…
– Ana… Yo…
– Por favor…
Con todo el dolor de
su corazón, con toda la rabia que se acumulaba en su alma, con toda la
impotencia que teñía su ser, entre lágrimas contestó…
– Te lo prometo…
– Fran…
– Dime…
– Sé feliz… porque
sólo tú te lo mereces…
El chico apretó con fuerza la mano
de Ana, sus ojos se cerraron lentamente y su sonrisa se apagó dejando a oscuras
su corazón y su alma. Eran la 01:19.
No fue sencillo cumplir esa última
promesa, pero a día de hoy sigue cumpliéndola…
La primera promesa se cumplirá
muy pronto. Más tarde de lo deseado, ojalá hubiera dado tiempo en cuatro meses…
pero no pudo ser… no todos los deseos se
pueden cumplir…
El primer ejemplar no
será para ti, pero irá a tus padres…
Algo me dice que
podrás leerlo, donde sea y como sea…
Promesa cumplida…
Para Ana…
Porque
te prometí el primero…
(Dedicatoria de “El Reloj”)
Fran Cazorla
Qué gran corazón el de Ana en sus últimos momentos de vida, tan generoso.
ResponderEliminarUna historia triste que permanecerá eterna en el recuerdo de quien lea la dedicatoria de "El reloj".
Nunca volverá a haber una chica igual...
ResponderEliminar:D
Una historia preciosa, triste pero preciosa y mejor narrada, felicidades, promesa cumplida con un libro maravilloso del que debes estar muy orgulloso, seguro que ella también lo estará.
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