"Acequias del alma"
A principios de 2018, la Asociación Letras de Esparto, a la que me siento enormemente orgulloso de pertenecer, sacó su ya tercera antología de relatos: "Acequias del Alma", un libro cargado de historias que hablaban de mucho más de lo que sus letras decían; un libro que fue donado a la Asociación Trotamundos animado. Mi humilde colaboración fue con este pequeño romance como los que se hacían antaño para contar una historia. Lo comparto con vosotros y espero que os guste, y también os animo a descubrir el resto de historias que encierra este libro... Solo tenéis que poneros en contacto con cualquiera de las 2 asociaciones.
"Los hermanos de Almócita"
Allá en
tierras de Almería
región
bien nombrada en España
hay un
bello pueblo rural
de
gentes y hermosas tierras;
que
lleva por nombre Almócita,
y de
mucha importancia es.
En el
susodicho pueblo
ocurrido
ha un increíble suceso
que
extraño y sin explicación se haya,
y como
más adelante
se dará
por detallado la cosa,
sin
equivocarse en nada.
En la
Almócita vivía
una
bella y joven dama,
Carmen
de la Solana,
quien
por nombre se llamaba,
hija de
padres ricos
que a
ella todo daban.
Pretendientes
no faltaban
que a
Carmen rondaban,
pero
destacaban entre todos
dos
jóvenes hermanos,
que
apenas un año se distanciaban.
A los
nombres de Curro y Blas
los
muchachos respondían,
de
familia pobre provenían
que al
campo se dedicaban
y
sacaban para vivir
lo que
el jornal les daba.
Duchos
eran ambos
con las
escopetas de caza,
y
puntería certera demostraban
cuando
a empuñar la Astra¹ se trataba;
tanto
era así
que
numerosos premios de tiro
entre
los dos sumaban.
Cada
tarde se encontraban
los
tres en el camino a casa,
en la
Fuente de los Tres Caños,
los
hermanos y la dama se cruzaban.
Carmen
del agua fresca bebía
mientras
los muchachos saludaban
y sus
mejores sonrisas lucían.
Poco a
poco, día a día,
Curro y
Blas más se enfrentaban
por
saber quién de los dos
el amor
de la dama conquistara;
mas
nunca quedaba a la clara
porque
unos días la joven Carmen
al
apuesto Blas sonreía,
mientras
otros su sonrisa
al
guapo Curro a parar iba.
La
rivalidad de los muchachos
en gran
aumento iba
hasta
llegado el día en que
ni a
Carmen al pasar mirarían;
solo se
cruzaban sus ojos
para
demostrarse el uno al otro
el odio
que ya se tenían.
Quiso
el destino aciago
que una
guerra fraterna comenzara
y llamando
a filas a todos
viéronse
los hermanos
que a
otra mañana partían
a matar
o morir en el frente se iban.
Al
pasar por la fuente
con
Carmen se encontraron
y
deteniendo su paso
a la
muchacha preguntaron:
—A la
guerra mañana partimos,
y
respuesta a una pregunta queremos,
dijo
Blas mirando a la joven.
—Decidme
la pregunta, pues,
y si ha
bien que la respuesta conozco,
con
gusto os la responderé,
contestó
sonriente la dama.
—Aquí
los dos presentes
en amor
por vos se debaten,
mas
queremos saber
a quién
de los dos preferís.
—Difícil
respuesta tiene
la
pregunta que me hacéis,
puesto
que a ambos repartiría
si
pudiera mi corazón,
pero
como ello no puede ser,
que sea
esta injusta guerra
la que
decida por mí,
que mi
corazón sea
para el
que de los dos
regrese
con vida del frente.
Insatisfechos
con la respuesta
se
marcharon los hermanos,
y no
contentos con ella, decidieron
aquella
misma noche solucionarlo.
En la
oscura madrugada marcharon
alumbrados
por un triste farol
hacia
la cercana cañada,
a la
Era de los Majuelos,
para
allí decidir antes de marchar
quién
de los dos de volver no había.
Con sus
armas preparadas
frente
a frente se situaban
a no
más de cinco o seis metros
con la
vista se retaban.
De
aquel duelo de madrugada
uno de
los dos bien no escapaba.
El
sonar de las campanas
atentos
esperaban
para
sacar sus pistolas
y que
el más rápido atinara.
Sonó a
hueco la campana
y los
hermanos desenfundaban
apretando
los gatillos con fuerza
al otro
apuntaban,
mas
nada ocurría,
ni las
balas siquiera salían
de
ninguna de las pistolas,
encasquilladas
a la vez se hallaban.
—Casualidad
maldita haya
que a
la primera matarte no pueda,
decía
Curro con rabia.
—Maldita
la suerte mía,
en el
suelo ya yacieras,
contestaba
Blas con ira.
Revisadas
las armas, y
amartilladas
de nuevo,
los dos
hermanos esperaron
a que
el siguiente cuarto
con la
campana repicara.
Volvió
a sonar con fuerza
y la
acción de antes se repitiera,
los dos
hermanos enfurecidos
apretando
el gatillo
sin que
nada ocurriera.
Repitiéronlo
varias veces más
hasta
que el sol comenzara
a
asomar el nuevo día.
—A bien
que Dios no quiere
que
tenga lugar este duelo,
gritó
Blas al cielo
mientras
su arma enfundaba.
—O
quiere que sea la guerra
la que
decida por nosotros,
Curro
le replicaba.
Juntos
volvieron los jóvenes
y en
casa los esperaban
sus
progenitores
hechos
un mar de lágrimas
por ver
sus hijos partir al alba.
—No os
preocupéis, madre
que
pronto la vuelta se haya
y en
cuanto así sea,
uno de
los dos
desposar
a la Carmen haga,
decía
Blas a su mama.
—Difícil
lo veo, hijos míos
les
respondía seria su madre,
los
padres de la muchacha,
la que
dicen Carmen de la Solana,
anunciando
van por el pueblo
que su
hija pronto casa
con el
señorito rico
que de
la ciudad frecuenta
el
pueblo en fines de semana.
Curro y
Blas la mirada se echan,
riendo
a carcajadas acaban,
abrazándose
como hermanos,
y
rezando a Dios por su salva.
Y ahora
yo aconsejo
como
escritor de esta plana
de
hacer una advertencia
y
conviene respetarla.
El amor
por una dama
cosa es
de importancia,
pero
poniendo en comparación
con la
sangre de un hermano,
esta no
vale nada.
Fran Cazorla.
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